lunes, 26 de noviembre de 2007

José María Gutiérrez, cineasta coyantino (II)

"José María, mi amigo"

El escritor, premio nacional de la crítica (1997) y premio de las letras de Castilla y León (2006), Luciano E. Egido, replicando a Mario Vargas Llosa (en la foto dirgiendo junto a José María Gutiérrez el film Pantaleón y las visitadoras), nos aportaba certeros datos sobre la vida del coyantino cuya biografía, ayer y hoy, contada a través de selectas plumas, hemos difundido. Aquí remataba la entrada prevista para hoy. Por fortuna, el hijo de José María Gutiérrez nos dejaba un comentario y nos alertaba de otras cartas publicadas también en El País, consecuencia de la tribuna de Mario Vargas Llosa. De ellas damos cuenta:

José María, mi padre (22/10/2007) por Maximiliano Gutiérrez Contreras

"Escribo en referencia al artículo de Vargas Llosa José María y la solitaria. Básicamente, quiero aclarar un punto y además agradecer el homenaje. José María Gutiérrez González era mi padre. Vargas Llosa ha definido su forma de ser, su forma de vivir, a la perfección. No se podía haber hecho mejor. Por esa misma personalidad que narra, José María se quedó sin salidas vitales desde hacía tiempo, y vivía sumido en una difícil depresión de la que era imposible sacarle, porque no quería aceptarla.

Pero he de decir que no vivió solo los últimos tiempos, tal como ilustra el escritor; siempre estuvo su familia con él (además de un puñado de amigos que eran como ángeles de la guarda). La familia argentina, cuando y como podía. Y yo viví a su lado, luchando juntos, más de 15 años. Incluso el último episodio, la mudanza a su pueblo natal, lo sufrimos hombro con hombro. Yo quedé viviendo en Madrid, pero lo visitaba cada 15 días. Nunca estuvo solo. Había alternativas, pero su propia cerrazón lo llevó a no elegir ninguna. Y cuando por fin escogió una, ir a vivir a Argentina al lado de su mujer y su hija, resultó que era tarde, por una cruel broma del destino.

Quiero agradecer sinceramente a Vargas Llosa estas palabras. Son sentidas y auténticas, y se nota aprecio real. El episodio de Pantaleón y las visitadoras, el distanciamiento de los amigos, todo hizo mella en mi padre. Unos triunfan y otros no. Efectivamente, mi padre no estaba hecho para triunfar. "Era un fracasado irremediable, pues no se puede ser puro en un mundo de impuros ni ganar guerras sin matar". Gran definición. Sólo puedo decir que me siento la persona más orgullosa del mundo por mi padre. Aunque fracasara. Porque creo que no hay mejor enseñanza que ésa: ser puro en un mundo de impuros, y perder guerras por no querer matar. Pobres de los impuros y de los asesinos, si acaban triunfando gracias a esa actitud. Creo que él volvería a ser como fue. Y en ese sentido, en no doblegarse ante nadie, en ser honesto, noble, terco y leal, espero ser al menos un poco como él.

Gracias, papá, por dejar esa imagen final. Gracias, Vargas Llosa, por expresarlo tan bien."

La memoria de José María (25/10/2005) José Escobar

"Desde Canadá, como amigo entrañable que he sido del director de cine José María Gutiérrez, quisiera comentar el artículo que en su memoria publicó Mario Vargas Llosa, el domingo 21 de octubre, en su periódico. Desde nuestros tiempos de estudiantes en la Universidad de Salamanca, allá por los primeros años de la década de 1950 hasta su reciente fallecimiento, hemos mantenido una relación fraternal. Allí nos juntábamos con don Alonso Zamora Vicente, también recientemente fallecido, José María, Luciano G. Egido, Barta Pallares y yo, ampliando nuestro horizonte cultural y tratando de librarnos de la estrechez que nos imponía el franquismo. Como a finales de esta década, recién licenciado en Filosofía y Letras, estuve de lector en la Universidad de Bonn, iba con cierta frecuencia a París a encontrarme con mi amigo José María y puedo decir que fui testigo de la amistad con Mario Vargas de la que éste habla en su artículo. Por medio de José María lo conocí en París, a él y a Julia, su esposa de entonces, y a otro escritor peruano Lucho Loaysa.

Debido a esta relación entrañable, el artículo me ha producido una profunda tristeza. Estoy de acuerdo con su hijo, Maximiliano Gutiérrez, cuando en su carta publicada en EL PAÍS del 22 de octubre dice que "Vargas Llosa ha definido su forma de ser, su forma de vivir, a la perfección", aunque en esta definición se perciba cierta condescendencia del triunfador que sabe muy bien "que no se puede ser puro en un mundo de impuros ni ganar guerras sin matar". Vargas Llosa expresa su propia concepción del mundo y de la vida, frente a la de José María, cuando dice de él: "No quería hacer esas cosas -halagar, seducir, encandilar- que, desde que el mundo es mundo, además del talento (...) se requieren para triunfar". Dice también que era imposible saber que José María lo estaba pasando muy mal. ¿Cómo que era imposible? Sus amigos lo sabíamos muy bien, aunque él nunca quiso aceptar ayuda alguna que no fuera nuestro afecto y amistad. Vargas Llosa dice que no lo sabía debido a "la endemoniada vida que llevo", la endemoniada vida del triunfador. Sí, es muy verdad, como leemos en el artículo, José María era coherente y honesto y, desde luego, hay que subrayarlo, muy generoso. Me uno a su hijo Maximiliano en el agradecimiento a Mario Vargas Llosa por haber expresado tan bien la imagen final que ha dejado su padre."

José María, mi amigo (26/10/2007) por Luciano G. Egido

"Como amigo de José María Gutiérrez durante más de cincuenta años, y en su memoria, debo hacer algunas precisiones y rectificar los errores del artículo que Mario Vargas Llosa publicó sobre él en EL PAÍS del domingo 21 de octubre. Es de agradecer el exacto retrato moral que hace de José María, aunque a él le hubiera gustado recibir esta prueba de amistad en vida, porque en los últimos tiempos muchos de sus amigos le dieron la espalda, de lo que él se quejaba con amargura, aunque conservó la amistad fiel de tres o cuatro verdaderos amigos, como el gran traductor López Muñoz, el profesor Escobar y yo mismo.

No es verdad que fuera hijo de campesinos, como se afirma en el artículo. Su padre era un acreditado veterinario en Valencia de don Juan, y su madre era maestra de corte y confección, en ejercicio, y aficionada a la literatura, pues en su vejez -murió a los 104 años- escribió un par de ingenuas novelas, que José María me hizo llegar. Su vivienda en el pueblo no era una "casita", sino una gran casa de piedra, de dos pisos, resto del esplendor familiar del pasado, en el centro mismo de Valencia de don Juan, con una nutrida biblioteca profesional de su padre. Tampoco es verdad que su mejor película se titulara Viba, Azaña, impensable bajo la dictadura, sino ¡Arriba, Hazaña!, sobre una novela de Vázquez de Soto. No le enviaron ningún pasaje de avión desde la Argentina, que se lo pagó él, pues acababa de vender una finca del patrimonio familiar, por la que le dieron una punta de millones. Su único hermano no está en un hospital, sino en una residencia, en León. En la referencia a la familia, el articulista se olvida de su hijo Maxi, licenciado en Biología y de más de treinta años, que le ayudó a vivir los últimos tiempos, le acompañó y le cuidó con un ejemplar sentido de la filialidad y le visitó cada 15 días en su pueblo, coincidiendo allí con mi mujer y conmigo en nuestro doloroso último encuentro con él, pocos meses antes de morir.

Su vocación de pintor nunca estuvo bien definida, pues en Salamanca, donde nos conocimos, escribía cuentos, dirigió teatro y asistió a las sesiones del cine-club. Nunca renunció a la pintura, y sus verdaderos amigos tenemos muchas muestras de su talento pictórico y de su generosidad. Yo también tuve frecuentes peloteras con él, como recordé en la sesión que le dedicó la Filmoteca Nacional de Madrid, pero seguí siendo su amigo y pudo hacer El obispo leproso, gracias a mí, entonces director de Programas de Ficción de TVE.

Finalmente, su grado de amistad con el muerto no era tan grande como Vargas Llosa quiere hacer ver, pues los últimos años le dio esquinazo constantemente y llegó a dejarlo con la palabra en la boca, nada más llegar de visita a su casa de Madrid, porque se estaba preparando para ir a comer con José María Aznar a La Moncloa, además de no comunicarle la segunda versión del Pantaleón y otros desplantes. No obstante, su recuerdo de José María y su comentario sobre la incapacidad que tenía para promocionarse están muy bien. Mejor ser un "lobo estepario" que un Rastignac cualquiera."

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